La Tierra y la humanidad son una



Es de sobra sabido que nuestro pla­neta está en peligro; se ve afectado por diversos tipos de contaminación, sus ecosistemas están amenazados, nu­merosas especies vegetales y animales han desaparecido o están en vías de desaparición, hay un calentamiento del clima que suscita el temor a una creci­da de los mares y de los océanos, etc. Hay que admitir que los hombres tie­nen gran parte de responsabilidad en esta situación. Si no se hace nada a corto plazo a nivel mundial, los males que sufre la Tierra crecerán en frecuencia y en intensidad poniendo en peligro a la propia humanidad. De los cuatro reinos de la naturaleza el nuestro es el más frá­gil y vulnerable porque su supervivencia depende de los otros tres. Atentando contra ellos el hombre se condena a su­frir e incluso, en el peor de los casos, a desaparecer total o parcialmente.

La Tierra no es solamente el marco de nuestra vida. También es nuestro espacio de evolución espiritual, puesto que es el lugar destinado a la humanidad para que tome gradualmente conscien­cia de su origen divino y se desarrolle en el plano interior. La Tierra es el tem­plo común a todas las almas encarnadas en nuestro planeta. Bajo este aspecto, la Tierra y la humanidad están inscritas en un Plan divino que trasciende el mundo material y las vicisitudes de la vida. Si todos los seres humanos tuvieran cons­ciencia de ello, no solamente serían más respetuosos con su entorno, sino que mantendrían relaciones más fraternales entre ellos. Se sentirían igualmente más inclinados a realizar una búsqueda espi­ritual y a interrogarse sobre el sentido profundo de la existencia. Al hacerlo, el ternario Dios-Naturaleza hombre ad­quiriría todo su sentido y valor.


Desde el punto de vista rosacruz la naturaleza es el más bello de los templos. En efecto, todos los templos construidos por los hombres lo fueron con la finalidad de venerar a los dioses o al Dios en quien creían y al que veneraban en un momento dado de su evolu­ción. En cuanto a nuestro planeta, es la expresión misma de las leyes divinas, es decir, de las leyes naturales, universales y espirituales. Todos debemos reconocer que estas leyes actúan con inteligencia y sabiduría a través de todos los reinos. De hecho, cualquier individuo suficien­temente sensible e inteligente admite de buen grado que, tanto en el sentido estético como filosófico del término, la naturaleza es lo más bello que exis­te. En ella se manifiestan todas las artes que podamos concebir hasta el punto de despertar en la consciencia humana las emociones más nobles. Esto explica por qué, incluso los ateos, tienden a "divinizarla".

En estos comienzos del siglo XXI y del tercer milenio, cuando el futuro de nuestro planeta está grave­mente amenazado y con él la super­vivencia de la humanidad, creemos que sería útil hacer una llamada a la ecología espiritual a través de esta exhortación:
Recordemos que la Tierra que hoy habitamos existe desde hace más de cuatro mil millones de años, que el hombre como tal apareció hace aproxi­madamente tres millones de años y que apenas ha tardado un siglo en ponerla en peligro.
Recordemos que las dos terceras .partes de nuestro planeta están cubiertas de mares y de océanos, que nuestro propio cuerpo está compuesto de un 75% de agua y que no podemos sobrevivir sin ella.

Recordemos que los bosques son los pulmones de la Tierra, que producen el oxígeno que respiramos y que sin ellos no habría atmósfera y, por lo tanto, vida.
Recordemos que los animales vivían en nuestro planeta millones de años antes de la aparición del hombre, que la supervivencia de la humanidad depende de ellos y que son seres inteligentes y sensibles.
Recordemos que todos los reinos de a naturaleza son interdependien­tes, que no existe vacío ni frontera entre ellos, y que todos, a su nivel y bajo formas diferentes, están dotados de cons­ciencia.
Recordemos que la Tierra está rodeada de un aura electromagnética que es resultado de las energías natura‑ les que le son propias, y que esta aura, combinada con la atmósfera, participa de la vida.

Recordemos que la existencia de nuestro planeta no ha sido fruto del azar o de una combinación de cir­cunstancias, sino que forma parte de un Plan concebido y puesto en obra por esa Inteligencia universal a la que llama­mos "Dios".

Recordamos que la Tierra no es únicamente un planeta que permite vivir a los seres humanos, sino que es igualmente el entorno en el que sus almas pueden encarnarse para alcanzar su evolución espiritual.
Racordemos que nuestro planeta es una obra maestra de la Creación que, aunque no sea la única en el uni­verso, no deja de ser una rareza y que el poder habitarlo constituye un gran privilegio para la humanidad.

Recordemos que la Tierra no nos pertenece, que ha sido puesta a nuestra disposición mientras vivimos y que es el más preciado patrimonio que podamos transmitir a las generaciones frituras.
Recordemos que en lo que a nuestro planeta se refiere no tenemos nin­gún derecho, sino únicamente deberes: respetarlo, preservarlo, protegerlo... En una palabra: amarlo.
Recordemos todo esto, recordémoselo a nuestros hijos y hagamos nuestra la siguiente sentencia:
"Terra humanitasque una sunt"
(La Tierra y la humanidad son una)

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