A PROPOSITO DE LA ECOLOGIA



Desde hace algún tiempo, la ecología está en el centro de muchos debates y ocupa un lugar relativamente importante en nuestra vida diaria.


blogNo podemos sino alegrarnos por ello, porque demuestra la toma de conciencia generalizada que finalmente estamos realizando a nivel global en los últimos años. Para la mayoría de la gente, cada vez es más evidente que si no se hace nada por detener los estragos que el hombre comete contra el medio ambiente (contaminación de todo tipo, deforestación excesiva, daño a los ecosistemas, etc.), nuestro planeta será inhabitable en pocas generaciones. Por no hablar de la energía nuclear, cuya peligrosidad es un hecho constatado.

Si bien existe un amplio consenso sobre el preocupante estado de la Tierra y las amenazas que esto conlleva para la humanidad, existen todavía algunos desacuerdos en otros campos, especialmente sobre temas como el calentamiento global. La gran mayoría de los científicos afirman que este calentamiento se debe en gran parte a la actividad humana, incluyendo la cuestión de las emisiones de gases de efecto invernadero. Por el contrario otros piensan que sólo se ha acelerado un proceso que es básicamente natural. Incluso hay algunos que postulan que los hombres no tienen ninguna responsabilidad en el calentamiento global, o incluso que el clima no se ha alterado en absoluto.

Personalmente, tengo la sensación de que la temperatura global del planeta sí ha aumentado en las últimas décadas, manifestándose especialmente en un desajuste de las estaciones del año. Sin embargo, no tengo ninguna autoridad para decir si esto se debe a la actividad humana, o si simplemente es la aceleración de una evolución climática natural. Sin embargo, ante la duda creo que debemos situarnos en el peor de los casos y acabar con todo lo que pueda poner en peligro la Tierra y la humanidad, y no hay duda de que la contaminación excesiva del aire es uno de esos factores.

Si asumimos la opinión de la gran mayoría de los científicos, para los que el calentamiento global es una certeza, sugerir que los hombres no tienen responsabilidad en este calentamiento y en las consecuencias resultantes de ello (aumento del nivel del mar, aumento del número de desastres naturales, la extinción de numerosas especies animales y vegetales, etc.) no hace sino agravar la situación. Por otro lado, nuestro comportamiento es decisivo respecto al futuro de nuestro planeta y sus habitantes, tanto a nivel individual como colectivo. En este sentido, muchos rosacruces se esfuerzan por tener una actitud lo más ecológica posible.

Como decía al principio, no se puede negar que ahora hay una conciencia generalizada sobre la necesidad de optar por un comportamiento más respetuoso con el medio ambiente, pero lamentablemente vemos que las medidas concretas que se toman a nivel de los gobiernos no son suficientes, ya que en muchos casos están más preocupados por otras cuestiones de tipo económico o empresarial. Desde mi punto de vista, se trata de una visión a la vez errónea y que sólo tiene en cuenta el corto plazo, ya que la degradación del medio ambiente, además de su impacto negativo sobre la vida y la salud de los seres humanos, va a costar una gran suma de dinero a los Estados, y nunca llegaremos a reparar los daños que nuestra forma de vida está causando a la naturaleza. Por tanto, es urgente que por un lado se tomen medidas globales más contundentes y por otro sigamos profundizando en esta toma de conciencia individual y en nuestro compromiso personal por cuidar y mejorar el medio ambiente en el que vivimos.


La Tierra y la humanidad son una



Es de sobra sabido que nuestro pla­neta está en peligro; se ve afectado por diversos tipos de contaminación, sus ecosistemas están amenazados, nu­merosas especies vegetales y animales han desaparecido o están en vías de desaparición, hay un calentamiento del clima que suscita el temor a una creci­da de los mares y de los océanos, etc. Hay que admitir que los hombres tie­nen gran parte de responsabilidad en esta situación. Si no se hace nada a corto plazo a nivel mundial, los males que sufre la Tierra crecerán en frecuencia y en intensidad poniendo en peligro a la propia humanidad. De los cuatro reinos de la naturaleza el nuestro es el más frá­gil y vulnerable porque su supervivencia depende de los otros tres. Atentando contra ellos el hombre se condena a su­frir e incluso, en el peor de los casos, a desaparecer total o parcialmente.

La Tierra no es solamente el marco de nuestra vida. También es nuestro espacio de evolución espiritual, puesto que es el lugar destinado a la humanidad para que tome gradualmente conscien­cia de su origen divino y se desarrolle en el plano interior. La Tierra es el tem­plo común a todas las almas encarnadas en nuestro planeta. Bajo este aspecto, la Tierra y la humanidad están inscritas en un Plan divino que trasciende el mundo material y las vicisitudes de la vida. Si todos los seres humanos tuvieran cons­ciencia de ello, no solamente serían más respetuosos con su entorno, sino que mantendrían relaciones más fraternales entre ellos. Se sentirían igualmente más inclinados a realizar una búsqueda espi­ritual y a interrogarse sobre el sentido profundo de la existencia. Al hacerlo, el ternario Dios-Naturaleza hombre ad­quiriría todo su sentido y valor.


Desde el punto de vista rosacruz la naturaleza es el más bello de los templos. En efecto, todos los templos construidos por los hombres lo fueron con la finalidad de venerar a los dioses o al Dios en quien creían y al que veneraban en un momento dado de su evolu­ción. En cuanto a nuestro planeta, es la expresión misma de las leyes divinas, es decir, de las leyes naturales, universales y espirituales. Todos debemos reconocer que estas leyes actúan con inteligencia y sabiduría a través de todos los reinos. De hecho, cualquier individuo suficien­temente sensible e inteligente admite de buen grado que, tanto en el sentido estético como filosófico del término, la naturaleza es lo más bello que exis­te. En ella se manifiestan todas las artes que podamos concebir hasta el punto de despertar en la consciencia humana las emociones más nobles. Esto explica por qué, incluso los ateos, tienden a "divinizarla".

En estos comienzos del siglo XXI y del tercer milenio, cuando el futuro de nuestro planeta está grave­mente amenazado y con él la super­vivencia de la humanidad, creemos que sería útil hacer una llamada a la ecología espiritual a través de esta exhortación:
Recordemos que la Tierra que hoy habitamos existe desde hace más de cuatro mil millones de años, que el hombre como tal apareció hace aproxi­madamente tres millones de años y que apenas ha tardado un siglo en ponerla en peligro.
Recordemos que las dos terceras .partes de nuestro planeta están cubiertas de mares y de océanos, que nuestro propio cuerpo está compuesto de un 75% de agua y que no podemos sobrevivir sin ella.

Recordemos que los bosques son los pulmones de la Tierra, que producen el oxígeno que respiramos y que sin ellos no habría atmósfera y, por lo tanto, vida.
Recordemos que los animales vivían en nuestro planeta millones de años antes de la aparición del hombre, que la supervivencia de la humanidad depende de ellos y que son seres inteligentes y sensibles.
Recordemos que todos los reinos de a naturaleza son interdependien­tes, que no existe vacío ni frontera entre ellos, y que todos, a su nivel y bajo formas diferentes, están dotados de cons­ciencia.
Recordemos que la Tierra está rodeada de un aura electromagnética que es resultado de las energías natura‑ les que le son propias, y que esta aura, combinada con la atmósfera, participa de la vida.

Recordemos que la existencia de nuestro planeta no ha sido fruto del azar o de una combinación de cir­cunstancias, sino que forma parte de un Plan concebido y puesto en obra por esa Inteligencia universal a la que llama­mos "Dios".

Recordamos que la Tierra no es únicamente un planeta que permite vivir a los seres humanos, sino que es igualmente el entorno en el que sus almas pueden encarnarse para alcanzar su evolución espiritual.
Racordemos que nuestro planeta es una obra maestra de la Creación que, aunque no sea la única en el uni­verso, no deja de ser una rareza y que el poder habitarlo constituye un gran privilegio para la humanidad.

Recordemos que la Tierra no nos pertenece, que ha sido puesta a nuestra disposición mientras vivimos y que es el más preciado patrimonio que podamos transmitir a las generaciones frituras.
Recordemos que en lo que a nuestro planeta se refiere no tenemos nin­gún derecho, sino únicamente deberes: respetarlo, preservarlo, protegerlo... En una palabra: amarlo.
Recordemos todo esto, recordémoselo a nuestros hijos y hagamos nuestra la siguiente sentencia:
"Terra humanitasque una sunt"
(La Tierra y la humanidad son una)

A PROPOSITO DE LA CIENCIA


En general se considera que la ciencia, tal como la conocemos hoy en día, apareció en el siglo XVII en Europa.

 
 
CienciaDesde entonces, no ha dejado de crecer y diversificarse en todo el mundo. Hoy en día se divide en muchas ramas, algunas aparentemente sin relación entre ellas, mientras que otras están estrechamente vinculadas: la física, la química, la astrofísica, la biología, la geología, la zoología, la botánica, etc. así como otras muchas áreas que se dedican a la comprensión de los fenómenos que los científicos estudian, bien sea en un laboratorio o en contacto directo con la naturaleza, a veces en condiciones muy difíciles.
Obviamente, la ciencia en general ha permitido a la humanidad desarrollarse significativamente, mejorar las condiciones de vida de un gran número de personas y comprender muchos misterios que en cierto momento de la historia desafiaban el entendimiento humano. Pero como todo en la vida, la ciencia también tiene su cara y su cruz, ya que está sirviendo de soporte a un desarrollo tecnológico que hace que el hombre esté cada vez más alejado de la naturaleza y adopte progresivamente una visión más materialista de la vida. Siguiendo el hilo de esta reflexión, podríamos decir que el desarrollo científico ha permitido la creación de armas cada vez más potentes, hasta el punto de que ahora somos capaces de destruir el planeta. También es gracias a la ciencia que el hombre tiene los medios mecánicos, técnicos, químicos, etc., para sobreexplotar los recursos naturales de nuestro planeta, y paralelamente contaminar la Tierra a todos los niveles. De hecho, la propia comunidad científica está de acuerdo en que el equilibrio de la Tierra está en serio peligro.
Sin embargo, bajo mi punto de vista sería injusto decir que la ciencia en sí misma ha sido la causante de todos estos desastres, pues no es la ciencia sino el ser humano el que contamina o el que crea armas para hacer la guerra. Por otro lado, si la ciencia ha llegado a ser tanto perjudicial como beneficiosa para los hombres, es porque está creciendo mucho más rápido que la conciencia humana, incluso entre los propios científicos. Como prueba de ello, basta pensar en aquellos que han trabajado y siguen trabajando en el desarrollo de armas de “destrucción masiva”, de minas “anti-personas” o de pesticidas cada vez más peligrosos y contaminantes. En un campo más técnico, todo el mundo sabe que Internet se utiliza para apoyar ciertos ideales, actividades, conductas, proyectos, etc., que están lejos de expresar lo mejor de la naturaleza humana. En este sentido, la red de redes refleja lo mejor y lo peor de la sociedad.
Otra debilidad de la ciencia es su tendencia a creer que puede y debe ser capaz de explicar todo racionalmente. En virtud de este principio, si no de este dogma, todo depende de la razón y la observación. Sin embargo, hay verdades que están dentro del ámbito de la intuición y la imaginación. En este sentido, cabe señalar que los científicos de la antigua Grecia (como Pitágoras, Tales, Demócrito, Heráclito, Empédocles, etc.) recurrían tanto a la razón como a la intuición en su estudio de los misterios del universo. Esto explica el hecho de que la mayoría de ellos eran espiritualistas y admitían como una evidencia la existencia del alma y de Dios, en el significado más místico de estos dos términos.
Para que el papel desempeñado por la ciencia llegue a ser exclusivamente positivo y contribuya plenamente al bienestar de la humanidad, tiene que volver a conectar con el espíritu que animaba a los filósofos griegos, es decir, reconstruir el vínculo entre la razón y la intuición, entre la observación y la imaginación, entre lo racional y lo espiritual. Algunos científicos prominentes han comenzado a hacerlo rompiendo el tabú que al parecer oponía sistemáticamente la ciencia a la espiritualidad, siendo las dos complementarias en sí mismas, ya que constituyen los dos pilares sobre los que debe apoyarse el conocimiento para contribuir a la elevación de las conciencias.

Las ondas gravitacionales


 


En física una onda gravitatoria es una ondulación del espacio-tiempo producida por un cuerpo masivo acelerado. La existencia de ese tipo de onda, que consiste en la propagación de una perturbación gravitatoria en el espacio-tiempo y que se transmite a la velocidad de la luz, fue predicha por Einstein en su teoría de la relatividad general
La primera observación directa de las ondas gravitatorias se logró el 14 de septiembre de 2015; los autores de la detección fueron los científicos del experimento LIGO[nota 1] que, tras un análisis minucioso de los resultados, anunciaron el descubrimiento al público el 11 de febrero de 2016, cien años después de que Einstein predijera la existencia de las ondas.[4] La detección de ondas gravitatorias constituye una nueva e importante validación de la teoría de la relatividad general.
Antes de su descubrimiento solo se conocían evidencias indirectas de ellas, como el decaimiento del período orbital observado en un púlsar binario.[5] En marzo de 2014, el experimento BICEP2 anunció la detección de modos-B en la polarización del fondo cósmico de microondas, lo que sugería una prueba indirecta de ondas gravitatorias primordiales.[6] Los estudios combinados con el telescopio PLANCK revelaron que los resultados de BICEPS2 podían ser explicados por la interferencia del polvo cósmico por lo que fueron dejados de lado a falta de más evidencias.[7]
Las ondas gravitatorias constituyen fluctuaciones generadas en la curvatura del espacio-tiempo que se propagan como ondas a la velocidad de la luz. La radiación gravitatoria se genera cuando dichas ondas son emitidas por ciertos objetos o por sistemas de objetos que gravitan entre sí.





 
Albert Einstein
 
En el siglo XVII, la sencillez y elegancia con que Isaac Newton había logrado explicar las leyes que rigen el movimiento de los cuerpos y el de los astros, unificando la física terrestre y la celeste, deslumbró hasta tal punto a sus contemporáneos que llegó a considerarse completada la mecánica. A finales del siglo XIX, sin embargo, era ya insoslayable la relevancia de algunos fenómenos que la física clásica no podía explicar. Correspondió a Albert Einstein superar tales carencias con la creación de un nuevo paradigma: la teoría de la relatividad, punto de partida de la física moderna.

Albert Einstein en 1947
En tanto que modelo explicativo completamente alejado del sentido común, la relatividad se cuenta entre aquellos avances que, en los albores del siglo XX, conducirían al divorcio entre la gente corriente y una ciencia cada vez más especializada e ininteligible. No obstante, ya en vida del físico o póstumamente, incluso los más sorprendentes e incomprensibles aspectos de la relatividad acabarían siendo confirmados. No debe extrañar, pues, que Albert Einstein sea uno de los personajes más célebres y admirados de la historia de la ciencia: saber que son ciertas tantas ideas apenas concebibles (por ejemplo, que la masa de un cuerpo aumenta con la velocidad) no deja más opción que rendirse a su genialidad.
Un mal estudiante
Albert Einstein nació en la ciudad bávara de Ulm el 14 de marzo de 1879. Fue el hijo primogénito de Hermann Einstein y de Pauline Koch, judíos ambos, cuyas familias procedían de Suabia. Al siguiente año se trasladaron a Munich, en donde el padre se estableció, junto con su hermano Jakob, como comerciante en las novedades electrotécnicas de la época.
El pequeño Albert fue un niño quieto y ensimismado, y tuvo un desarrollo intelectual lento. El propio Einstein atribuyó a esa lentitud el hecho de haber sido la única persona que elaborase una teoría como la de la relatividad: «un adulto normal no se inquieta por los problemas que plantean el espacio y el tiempo, pues considera que todo lo que hay que saber al respecto lo conoce ya desde su primera infancia. Yo, por el contrario, he tenido un desarrollo tan lento que no he empezado a plantearme preguntas sobre el espacio y el tiempo hasta que he sido mayor».
En 1894, las dificultades económicas hicieron que la familia (aumentada desde 1881 con el nacimiento de una hija, Maya) se trasladara a Milán; Einstein permaneció en Munich para terminar sus estudios secundarios, reuniéndose con sus padres al año siguiente. En el otoño de 1896 inició sus estudios superiores en la Eidgenossische Technische Hochschule de Zúrich, en donde fue alumno del matemático Hermann Minkowski, quien posteriormente generalizó el formalismo cuatridimensional introducido por las teorías de su antiguo alumno.

Einstein con Elsa, su segunda esposa
El 23 de junio de 1902, Albert Einstein empezó a prestar sus servicios en la Oficina Confederal de la Propiedad Intelectual de Berna, donde trabajó hasta 1909. En 1903 contrajo matrimonio con Mileva Maric, antigua compañera de estudios en Zúrich, con quien tuvo dos hijos: Hans Albert y Eduard, nacidos respectivamente en 1904 y en 1910. En 1919 se divorciaron, y Einstein se casó de nuevo con su prima Elsa.
La relatividad
Durante 1905, publicó cinco trabajos en los Annalen der Physik: el primero de ellos le valió el grado de doctor por la Universidad de Zúrich, y los cuatro restantes acabarían por imponer un cambio radical en la imagen que la ciencia ofrece del universo. De estos cuatro, el primero proporcionaba una explicación teórica, en términos estadísticos, del movimiento browniano, y el segundo daba una interpretación del efecto fotoeléctrico basada en la hipótesis de que la luz está integrada por cuantos individuales, más tarde denominados fotones. Los dos trabajos restantes sentaban las bases de la teoría restringida de la relatividad, estableciendo la equivalencia entre la energía E de una cierta cantidad de materia y su masa m en términos de la famosa ecuación E = mc², donde c es la velocidad de la luz, que se supone constante.
El esfuerzo de Einstein lo situó inmediatamente entre los más eminentes de los físicos europeos, pero el reconocimiento público del verdadero alcance de sus teorías tardó en llegar; el Premio Nobel de Física, que recibió en 1921, le fue concedido exclusivamente «por sus trabajos sobre el movimiento browniano y su interpretación del efecto fotoeléctrico». En 1909 inició su carrera de docente universitario en Zúrich, pasando luego a Praga y regresando de nuevo a Zúrich en 1912 para ser profesor del Politécnico, en donde había realizado sus estudios.

Einstein tocando el violín, una de sus aficiones favoritas (c. 1930)
En 1914 pasó a Berlín como miembro de la Academia de Ciencias prusiana. El estallido de la Primera Guerra Mundial le forzó a separarse de su familia (por entonces de vacaciones en Suiza), que ya no volvió a reunirse con él. Contra el sentir generalizado de la comunidad académica berlinesa, Einstein se manifestó por entonces abiertamente antibelicista, influido en sus actitudes por las doctrinas pacifistas de Romain Rolland.
En el plano científico, su actividad se centró, entre 1914 y 1916, en el perfeccionamiento de la teoría general de la relatividad, basada en el postulado de que la gravedad no es una fuerza sino un campo creado por la presencia de una masa en el continuum espacio-tiempo. La confirmación de sus previsiones llegó en 1919, al fotografiarse el eclipse solar del 29 de mayo; The Times lo presentó como el nuevo Newton y su fama internacional creció, forzándole a multiplicar sus conferencias de divulgación por todo el mundo y popularizando su imagen de viajero de la tercera clase de ferrocarril, con un estuche de violín bajo el brazo.
Hacia una teoría unificadora
Durante la siguiente década, Einstein concentró sus esfuerzos en hallar una relación matemática entre el electromagnetismo y la atracción gravitatoria, empeñado en avanzar hacia el que, para él, debía ser el objetivo último de la física: descubrir las leyes comunes que, supuestamente, habían de regir el comportamiento de todos los objetos del universo, desde las partículas subatómicas hasta los cuerpos estelares, y agruparlas en una única teoría "de campo unificado". Tal investigación, que ocupó el resto de su vida, resultó infructuosa y acabó por acarrearle el extrañamiento respecto del resto de la comunidad científica. A partir de 1933, con el acceso de Hitler al poder, su soledad se vio agravada por la necesidad de renunciar a la ciudadanía alemana y trasladarse a Estados Unidos; Einstein pasó los últimos veinticinco años de su vida en el Instituto de Estudios Superiores de Princeton (Nueva Jersey), ciudad en la que murió el 18 de abril de 1955.
Einstein dijo una vez que la política poseía un valor pasajero, mientras que una ecuación valía para toda la eternidad. En los últimos años de su vida, la amargura por no hallar la fórmula que revelase el secreto de la unidad del mundo hubo de acentuarse por la necesidad que sintió de intervenir dramáticamente en la esfera de lo político. En 1939, a instancias de los físicos Leo Szilard y Paul Wigner, y convencido de la posibilidad de que los alemanes estuvieran en condiciones de fabricar una bomba atómica, se dirigió al presidente Roosevelt instándole a emprender un programa de investigación sobre la energía atómica.

Después de las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, Einstein se unió a los científicos que buscaban la manera de impedir el uso futuro de la bomba y propuso la formación de un gobierno mundial a partir del embrión constituido por las Naciones Unidas. Pero sus propuestas en pro de que la humanidad evitara las amenazas de destrucción individual y colectiva, formuladas en nombre de una singular amalgama de ciencia, religión y socialismo, recibieron de los políticos un rechazo comparable a las críticas respetuosas que suscitaron entre los científicos sus sucesivas versiones de la idea de un campo unificado.
Albert Einstein sigue siendo una figura mítica de nuestro tiempo; más, incluso, de lo que llegó a serlo en vida, si se tiene en cuenta que aquella fotografía suya en que exhibe un insólito gesto de burla (sacando la lengua en una cómica e irreverente expresión) se ha visto elevada a la dignidad de icono doméstico después de ser convertida en un póster tan habitual como los de los ídolos de la canción y los astros de Hollywood. Sin embargo, no son su genio científico ni su talla humana los que mejor lo explican como mito, sino, quizás, el cúmulo de paradojas que encierra su propia biografía, acentuadas con la perspectiva histórica. Al Einstein campeón del pacifismo se le recuerda aún como al «padre de la bomba»; y todavía es corriente que se atribuya la demostración del principio de que «todo es relativo» precisamente a él, que luchó encarnizadamente contra la posibilidad de que conocer la realidad significara jugar con ella a la gallina ciega.